Nuestra segunda cita
La verdad me resultaba muy emocionante verlo de nuevo. Maximiliano era mi hombre perfecto: 1.85, cabello rizado, piel blanca, ojos almendrados con un verde aceituna en el centro que te volvían loca, sus manos eran grandes y completamente suaves, un lunar grande en la barbilla adornaba sus labios carnosos y esa sonrisa perfecta.
Iba camino a su departamento, en mi bolso llevaba un juguete porque le había prometido que la noche se pondría interesante. Me había puesto un vestido de tirantes bastante corto que apenas me llegaba a los glúteos y nada más que eso. Teníamos claro a qué iba a verlo, así sin rodeos, estaba más que lista para darle una función que no olvidaría en su vida.
Me abrió la puerta e invitó a pasar tan cortés como solo él sabía ser; olía riquísimo, ese perfume me encendía y era suficiente para tirármele encima. Nos sentamos en un sofá cama, nos miramos un poco avergonzados porque apenas nos conocíamos pero ya habíamos recorrido cada rincón de nuestro cuerpo. Hablamos de nuestro día, de la semana, del trabajo, de todo un poco para romper el hielo.
Yo estaba impaciente, quería que me tomara en sus brazos y me devorara, no dejaba de olerlo, de mirar lo genial que se veía con el cabello bien peinado, esa chaqueta imitación piel color café le quedaba perfecta. Su mirada me decía todo, estaba igual que yo, ardía y se le quemaban las manos por tocarme.
– No he dejado de pensar en ti – escuché.
+ Yo tampoco, estuve esperando este día todo el tiempo.
Empezamos… Se acercó y me besó, sus labios tan suaves estaban calientes y a causa de eso tenían un color rojo sangre, llevé mis brazos a su cuello para acercarlo a mi pecho, me tomó por la cintura, bajó a mi cuello para besarlo desesperado, yo me dedicaba a gemir y luego acaricié su espalda, le quité la chaqueta y la playera de paso. Pegué mi cara a su pecho para olerlo y saborear el delicioso perfume que bañaba su cuerpo.
Nos pusimos de pie, se fue directo a mis nalgas, metió su mano bajó el vestido para descubrir que no llevaba puesto nada más, por lo que soltó un gemido en aprobación. Ahí decidió llevarme al sofá, me acostó y abrió mis piernas, no pudo más y se fue directo a mi vulva, empezó a olerla, la tocó suave y delicadamente, separó los labios y sacó su lengua para probar mi humedad, le encantó mi sabor por lo que aumentó la intensidad y comenzó a succionar, yo estaba fascinada con lo delicioso que lo hacía.
Metió dos dedos en lo que agarraba a lengüetazos a mi clítoris, con la otra mano me agarraba un seno, yo lo tenía tomado de su cabello rizado perfectamente peinado, lo apretaba a mí con las piernas, no lo dejaba escapar. Él sabía que me haría terminar pronto, pero no me dejó, se apartó de mí para quitarse el pantalón y fue ahí que lo contemplé: era un dios desnudo frente a mí con su erección lista para atravesarme, me acomodó boca abajo y me penetró por el ano.
Me sentía tan extasiada, que le pedí más, me tenía tomada por el cuello mientras al oído me decía:
– Así te quería tener, Dania, mía, quería hacerte mía.
+ Soy tuya, solo tuya, cogeme así como te gusta.
Nos besamos tan morbosamente, nos lamiamos, no queríamos separarnos, pero era mi turno. Lo alejé para deshacerme del vestido y le pedí que se pusiera cómodo, busqué mi bolsa y saqué el juguete que había llevado, se lo mostré y le pregunté si quería ver – si por favor- suplicó.
Me senté frente a él, abrí las piernas y me ayudé con un poco de lubricante para acariciarme antes de masturbarme, el lubricante frío y mi vulva ardiente hacían una química perfecta. Entonces lo metí, él no dejaba de verme, con una mano me metía el dildo y con la otra me frotaba un seno, jugaba con mi pezón cuando noté que él estaba encantado, se le caía la baba al ver el espectáculo. Eso me excitó más así que fui más rápido, se podía escuchar como el juguete entraba y salía, yo gemía agudo y delicado para provocarlo más por lo que no resistió y empezó a masturbarse.
Ambos estábamos sentados de frente dándonos placer, nos mirábamos a los ojos gozando del deleite del otro, no aguante más y me le puse encima de él, lo monté como diosa, rebotaba y hacia círculos sobre él, escuchaba como le gustaba así que para darle el toque final de mi bolsa saque un aceite y me lo vacíe sobre el cuerpo. Pasaba mis manos por todo mi cuerpo, me acariciaba, era delicioso sentir como resbalaba mi piel y a él le encantaba. Quedó fascinado con ese detalle, lo escuchaba gemir del placer, estaba encantado con el espectáculo que veía: yo bailando sobre él bañada en aceite acariciándome y recordándole que era suya.
Fue todo lo que necesité para acabar con él.
Autor: yourhot_wife